lunes, 9 de noviembre de 2015

LA LUZ QUE ME HABITA POR CARLOS VICENTE SANCHEZ

http://www.latarde.com/opinion/columnistas/carlos-vicente-sanchez/160377-la-luz-que-me-habita

Estaba bebiendo un aguardiente amarillo en El Pavo junto con John Harold Giraldo, cuando Juan Álvarez, autor de la reciente novela La ruidosa marcha de los mudos, y catalogado como una de los 25 secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana, nos miró a los ojos y sonrió de esa manera particular tan suya, la del que sabe que es capaz de contagiar la promesa. Entonces, nos contó en medio de tangos que en alguna ocasión, muy joven, estaba escuchando junto con un amigo gringo una emisora de jazz en Nueva York:

-“Me gustaba la emisora, y cuando el locutor anunció que recogían fondos para el sostenimiento de la misma, mi amigo me solicitó, de una manera muy urgente, que donara mi dinero. Me sentí atracado en un principio… Yo era apenas un estudiante que tenía que cuidar cualquier centavo para sobrevivir, cualquier dólar me era útil en esa época y en esa ciudad tan costosa, pero él suplicó, -¡vamos da lo que tengas ¡– yo por supuesto quise negarme, pero ante tanta insistencia accedí a dar mis únicos 25 dólares que me acompañaban ese día. – En este punto Juan Álvarez abrió los ojos para que entendiéramos la dimensión que semejante aporte significaba para un joven estudiante en una ciudad en la que nadie le conocía. –“Luego de que doné mi dinero y ante la cara de desconsuelo que sin duda era evidente, mi amigo me dijo que lo que yo le diera a Nueva York, Nueva York me lo devolvería multiplicado. Y así fue; tiempo después me llegaron el trabajo, los amigos, las oportunidades y uno que otro amor.”

No había que decir nada más, Juan Álvarez se tomó el tiempo para que lo comprendiera todo, como una epifanía, las que suelen ocurrir a la media noche, las que te toman por sorpresa en medio de la embriaguez: Hay quienes tenemos a cuestas una hora de vuelo y un pasaje que pagar y lo perdemos todo por temor al elevarnos por encima de falsos paraísos, entonces quedamos en deuda para siempre con nosotros mismos por culpa del apego. Yo me quedé atrapado entre las calles de una Dosquebradas gitana y a veces infame, tratando de armar su rompecabezas imposible porque “acá estaba todo por hacer”. Llevo demasiados años intentando. Esa noche sentí el rigor de la revelación. Otra ciudad me espera.

Sabiendo esto he decidido que debo remendar mis alas, y trazar las de otros, incluyendo las de mis hijos. Pero; “Hay que ir con cuidado, porque la luz en la que se habita de joven será la luz en la que se va a vivir para siempre”, dice Alessandro Baricco. La luz mía fue la de la inseguridad, lo confieso. Dosquebradas es como una penumbra, a ella le entregué lo mejor de mí pero su leve albor me sigue empapando de incertidumbres, y sé que así se siente más de un artista en este lugar, aunque no se atrevan a confesar sus abismos, sé que caen en los imposibles que otros siembran. Por eso ¡Márchense, huyan de esa luz, inventen otra que ilumine el túnel! Habrá, más allá, una ciudad que les devuelva con su poderosa magia lo que ustedes sacrifiquen en su honor. Yo la encontraré al fin, ahora que he decidido irme para siempre de este lugar.

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